Trataré de explicarme. Supongo que cuando era niño sus padres lo dejaron alguna vez solo. Supongo que en su casa, como en todas las casas, había un pasillo que le daba miedo. Un pasillo iluminado por la luz tenue del atardecer, con negras bocas rectangulares abriéndose a ambos lados, con el tigre acechando en la segunda puerta a la izquierda. Y había un espejo... un espejo viejo e inmenso, regalo de algún familiar ya fallecido. ¿Nunca se ha mirado a un espejo en penumbras? Supongo que ya no lo recuerda. Todos lo hacemos alguna vez, en algún momento de nuestra infancia... pero olvidamos... Te miras durante largo rato, hasta que tu rostro no te pertenece y las sombras... las sombras avanzan sin moverse, cambiando sin cambiar, hasta que tu no eres tu y algo te devuelve la mirada desde el interior de tu reflejo... algo que contiene una parte de ti. Algo básico, pero que no reconoces... y no puedes dejar de mirar.

Solo sombras y carne.

Por eso la hice callar, por eso me niego a recibir a mis padres. Por el reflejo.

¿Mañana a la misma hora? Me lo temía.